Catalina y Lucía


Catalina era, sin saberlo, parte del plan ideado por el presidente. Con ella vivía un hijo bastante mayor al que cariñosamente todos llamaban "el puyas". Él llevaba la contabilidad de la casa y gastaba mucho en sus salidas nocturnas. Pero para no afrontar sus responsabilidades, había contado a su madre que las cuotas de la comunidad eran excesivas. Un día Catalina dijo a Lucía que las cuentas no le salían. Hablaba como si hubiera olvidado la amistad que les unía y algunos grandes favores. Ahora acusaba a su vieja amiga de ser una aprovechada. Catalina estaba convencida de que le cobraban de más. Era algo que su hijo solía insinuar en las reuniones de vecinos y que el presidente nunca negaba. ¿Pero por qué "el presi" no tomaba cartas en el asunto? En realidad aquel circo interesaba a más de uno. La división también era útil para presentarse como única alternativa de estabilidad. Y en lo que menos pensaban, tanto el puyas como el presidente, era en los demás.

"Tienes razón, mamá, vámonos de aquí. Si vivimos en un chalet con piscina y una barra para hacer cócteles, a mis amigos les va a encantar. (...) No te preocupes por los gastos; sé de un sitio donde puedo venderte un riñón. Lo importante es que no se aprovechen más de ti."

                    

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